Valentín Fuster:
“Esta pandemia
ha sido una alarma
para que nos volvamos todos
más humanos”
En opinión del Dr. Valentín Fuster, Director General del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares Carlos III (CNIC) de Madrid, Director del Instituto Cardiovascular y “Physician-in-Chief“ del Mount Sinai Medical Center de Nueva York, la pandemia de COVID-19 ha hecho que el mundo esté, de alguna manera, cambiando: “Las sociedades —afirma el Dr. Fuster— se han dado cuenta de las disparidades que existen en el mundo y, aunque hay frustración porque no llega la vacuna y no se acaba la pandemia, también ha aparecido una mayor generosidad individual, pero también colectiva”.
¿Este aprendizaje nos va a servir para estar preparados ante una futura pandemia?
Sin duda alguna. El segundo punto del informe ‘Global Health and the Future Role of the United States’, en el que yo fui el co-director, advertía, ya en 2017, que el primer problema, y lo que era más urgente abordar, es que no estábamos preparados para una pandemia. Parece algo simple, predecible y obvio. Pero cuando llegó la pandemia del SARS-CoV-2, nos encontramos todos fuera de lugar; es decir, no sabíamos qué era lo que estaba pasando. En dicho informe, que identificaba los retos y prioridades en salud, se hicieron 14 recomendaciones y áreas prioritarias para el Gobierno de EE.UU. y el resto de agentes que intervienen en salud, y se apuntaba que el segundo problema era la posibilidad de que los virus mutaran. Cuando se produjo la pandemia de la peste, el mundo no estaba preparado. Y tampoco, desgraciadamente, con la de la COVID-19. Pero creo que ya lo estamos para los cambios de cepas, mutaciones, etc. Yo pienso que todo este esfuerzo científico va a ser muy positivo.
¿Cómo cree que ha respondido el mundo ante este reto tan descomunal?
La respuesta se ha producido de forma desacompasada. Hay dos comunidades que fluctúan: la pública y gobierno, y la más personal. Las dos fluctúan de positivo a negativo y viceversa. Y entre ellas hay una especie de separación; es decir que hay un desajuste: cuando una es positiva la otra es negativa; siempre existe la confrontación entre la sociedad y el individuo, y esto es una cosa histórica. Y este proceso ha sido apasionante en el ámbito de la salud. En el mes de marzo nos encontramos que cada día fallecían en el Mount Sinai Medical Center de Nueva York de cinco a siete pacientes. Y lo cierto es que no sabíamos qué era lo que estaba pasando. Nos enfrentábamos a una enfermedad muy compleja; poco a poco hemos avanzado en su conocimiento y ahora ya sabemos mucho de ella. Analizamos los datos de una cohorte de 7.000 pacientes positivos de COVID-19 en los hospitales del Mount Sinai Medical Center de Nueva York. Así, entendimos que esta enfermedad tiene cuatro estadios y que es vital determinar en qué fase se encuentra el paciente para proporcionar la mejor respuesta. Aprendimos que el virus entra por las vías áreas superiores y se instala en el pulmón. En esta fase el síntoma más común es la tos. El segundo estadio es cuando el virus pasa a la sangre y causa fatiga, fiebre. Y no necesariamente supone el ingreso en el hospital. En la fase tres, el virus pasa de la sangre a otros órganos. Es cuando se produce la lucha del individuo con el virus. Y esta lucha de los macrófagos contra el SARS-CoV-2 es la que causa los trombos de sangre. Y la última fase es la peor. Esta lucha entre el virus y el organismo hace que el proceso inflamatorio y los trombos que se forman obstruyan las arterias, y se produce la lesión o la muerte de parte de segmentos del pulmón, del corazón o del cerebro. Estos son los pacientes que entran en las UCI. Y todo esto lo hemos aprendido con el tiempo, pero en el momento que todo empezó, no sabíamos nada.
¿Y cuándo entiende que es importante intervenir en este proceso de formación de trombos con anticoagulantes?
En esta lucha en la que estamos todavía imbuidos, la sociedad escucha palabras como ‘fármacos’, ‘vacunas’, ‘plasma’, ‘trombos’, ‘inflamación’, ‘tormenta de citoquinas’, etc. En un principio, vimos en el hospital dos casos de pacientes que fallecieron con coágulos de sangre, y pensé que la muerte se había producido debido a esta lucha entre el virus y el organismo y como consecuencia de la obstrucción sanguínea por coágulos o trombos. Entonces decidí que todos los pacientes que ingresaban en el hospital con COVID-19 se tenían que tratar con anticoagulantes. Pero muchos médicos no estuvieron de acuerdo. ¿Y por qué tenemos que tratarlos con anticoagulantes? Pero vimos que las cifras de mortalidad bajaron un 50%. Era algo observacional. Y con el tiempo aprendimos que, en realidad, había tres anticoagulantes que eran importantes.
¿Es después de la observación cuando decide iniciar un ensayo clínico?
Así es; esto nos llevó a un estudio prospectivo internacional. Compañeros de profesión me sugirieron hacerlo en el mes de marzo de 2020, pero yo no quise empezarlo y decidí iniciarlo una vez tuviéramos los resultados de la observación. En este estudio clínico, en el que participan más de 100 instituciones de todo el mundo, hemos decidido no tener un grupo control, porque no creo que sea ético en estos momentos dar placebo. El objetivo es determinar cuál es la mejor pauta para prevenir la mortalidad y/o derivación a UCI. Tenemos que reclutar a 2.500 pacientes para tener resultados con impacto. Ya hemos reclutado a unos 1.500 y cada día incluimos a 15 o 25 pacientes. Este estudio es único porque el NIH (Instituto Nacional de la Salud de EE.UU.) no estaba de acuerdo con uno de los fármacos que queríamos usar. Y hemos recurrido al fundrising. De 5 millones de dólares que necesitamos, ya tenemos 4. No hemos pedido dinero ni al Gobierno de EE.UU. ni a las compañías farmacéuticas.
Sin embargo, para las personas las prioridades son otras: mascarillas, vacunas, etc.
Exactamente. Desde el punto de vista social lo importante no es la complejidad de los tratamientos, sino la prevención gracias a distancia social, el uso de mascarillas, etc. Con la llegada de las vacunas, los políticos y la sociedad creen que ya se tiene la respuesta definitiva. Todo el mundo espera una vacuna, pero, al no llegar con la misma rapidez a todos, genera una frustración personal, particularmente al ver que la pandemia no se va. Y mientras tanto nos olvidamos de las medidas de prevención, que siguen siendo algo sencillo.
¿Y es en este punto donde asegura usted que la sociedad empieza a cambiar?
A nivel personal, sin embargo, surge la generosidad colectiva e individual: bancos de alimentos, apoyo comunitario, etc. Así, en esta fluctuación que estamos viviendo, de lo positivo a lo negativo y viceversa, de una frustración general y una pandemia que afecta a toda la población que acelera los problemas económicos o psicológicos, surge esta generosidad personal y colectiva. Yo espero que esta generosidad, que está naciendo a bastantes niveles, sea una generosidad duradera. Pero ciertamente el precio es enorme a nivel personal, psicológico y económico.
Los científicos han dado una respuesta coordinada y eficaz frente a la pandemia. ¿Cree que la sociedad ha entendido la importancia de apostar por la ciencia?
Creo que la rapidez con la que se han desarrollado las vacunas, y la forma en la que ahora estamos tratando a los pacientes, ha demostrado la importancia de la ciencia. En mi opinión, va a haber una mayor concienciación sobre la ciencia de la que ha habido hasta ahora. La comunidad científica ha dado un ejemplo de cómo se tiene que trabajar o cómo debería ser la sociedad del futuro. Sin la ciencia no estaríamos ahora vacunando a las personas.
¿Se puede extraer alguna lección de la pandemia?
Esta pandemia ha sido una alarma para que nos volvamos todos más humanos.